La vanidad del adulto

La vanidad del adulto

La vanidad del adulto, que cree que él y sólo él es el autor del logro que él mismo impone, de la buena conducta, del alcance del hito madurativo.
Se cree el adulto que si el niño duerme según él quiere es sólo gracias a su intervención, a lo bien que ha sabido aplicar la técnica tal o cual.
Se cree el adulto que si el niño es ordenado, callado y discreto es únicamente porque ha sabido educar muy bien.
Se cree el adulto que si el niño come todo lo que se le sirve, correctamente y sin mancharse es exclusivamente por lo bien que ha dirigido la alimentación complementaria.

Y se cree, además, que puede mirar con condescendencia a otros adultos, a aquellos que tienen niños normales cuyos logros son otros, los que le tocan, también normales (o más normales, en realidad) pero menos aplaudidos en nuestra sociedad.

Es tal la vanidad que se olvida de lo más importante: el actor principal, el niño.

En todo este planteamiento de técnicas y éxitos no se tiene en cuenta nunca el mérito del niño, como si fuera un mero sujeto pasivo sin participación en su propia vida.
Se obvia que si el niño consigue algo es porque él lo ha hecho posible, por su manera de ser.
Y no todos tienen las mismas capacidades ni las mismas habilidades. Ni todos tienen el mismo carácter. Ni todos llegan al mismo punto en el mismo momento.

No fue la técnica del adulto, ni su habilidad, ni su know how. Al menos no sólo eso. El niño es factor clave en ello, y su manera de ser, individual y única, lo dictará todo y marcará la diferencia.

Ese niño era tranquilo y callado porque ese era su talante, el adulto sólo colaboró a que le fuera más sencillo.
Ese niño se durmió sólo desde pequeño porque esa era su naturaleza, el adulto sólo se lo facilitó.

Es como atribuirse el mérito de que se tiene un pajaro que vuela ante quien tiene un pez que no logra volar.
“yo consigo que el pajaro vuele”, sin ver que el pajaro hubiera volado igualmente.
Sin dejar ver que el pez no vuela, ni volará y no es culpa de nadie.
Pero sí que nada, y nada muy bien.