Angustia de la separación. Una frase tan breve que esconde algo muy sencillo pero terriblemente intenso: “tengo miedo a estar sin ti, porque sin ti no soy”.
Desde la concepción, un bebé y su madre son un sólo cuerpo. Así lo vive el bebé. No hay límites entre él y su madre. Vive tranquilo porque la sabe con él, igual que un adulto sabe que sus piernas son suyas y están con él, aunque las vea lejos; o las orejas, que aunque no las vea ni las sienta, las sabe suyas. Hasta que un día se da cuenta de que puede que no sea así. ¿Cómo te sentirías si aquello que crees seguro e irrefutable de repente no existiera? ¿Cómo te sentirías si tu realidad se revelara completamente diferente de como la tienes asumida, borrándose la certeza de tu propia existencia tal como la conoces?
En torno a los 8 meses, un bebé se sumerge en esa incertidumbre.
Acaba de descubrir que tú no eres él, que no eres una parte de él, pero él, sin ti, no es, no se concibe.
Acaba de descubrir que te puedes ir, que puedes abandonarle, que puede quedarse sin ti.
Acaba de descubrir que si cierra los ojos desapareces, y dormir es dejar de verte, de sentirte, de tener más o menos segura tu presencia, ahora efímera. Aún no conoce la permanencia del objeto: para él, lo que no ve, no existe.
Acaba de descubrir, además, que la vida se organiza en grupos de personas cercanas o ajenas, por lo que hay un círculo muy pequeño de personas conocidas con las que se siente seguro y otras que no forman parte de su círculo, y le dan miedo, y no quiere ir con ellos, y menos aún si supone separarse de su madre.
Con ese cambio en la concepción de sí mismo, de su persona y de la de los demás, la angustia y la alerta son constantes.
Dormirse da miedo, es uno de los peores momentos del día, porque supone asumir el riesgo de que mamá desaparezca para siempre (el futuro no existe aún), así que sólo puede dormirse cuando siente un mínimo de seguridad de que ella está ahí y no se va a ir.
Los despertares nocturnos se centran en asegurar que su mayor temor no ha ocurrido, que mamá sigue ahí.
La manera de ayudar a un bebé a transitar por esta etapa es asegurarle que estamos ahí aunque no nos vea, que no nos vamos a ir, que seguiremos a su lado.
Enseñarle que aunque no nos vea sí que estamos. Que las cosas pueden desaparecer de su vista y volver a aparecer porque no se desvanecen, solo cambian de sitio.
Juegos como taparse y destaparse la cara, esconder cosas debajo de una alfombra y descubrirlas enseguida, irse detrás de una puerta y hablar alto para que nos encuentre… Cualquier juego que lleve a ese mensaje: aunque no me veas, yo sigo ahí.
Atender rápido sus demandas de contacto (que surgen del miedo, de una ansiedad intensa que puede rozar el pánico), fomentar actividades juntos con presencia activa, invertir un tiempo en estar y en transmitir esa presencia puede ayudar a sosegar la angustia y sobrellevar mejor esta etapa.
Sólo dándole la seguridad que ha perdido mitigaremos su miedo, su ansiedad, y volveremos poco a poco a una alerta más tranquila.